En realidad, yo ahora debería estar estudiando y puede que
me exceda más de cinco minutos escribiendo esto, pero hay personas que se
merecen más tiempo que 3.000 segundos. Ella es una de esas.
Esta es la persona que ha compartido más momentos de mi vida
conmigo. No me acuerdo exactamente de cómo nos conocimos, pero sí me acuerdo de
todos y cada uno de los momentos que hemos vivido juntas.
Hace dieciséis años la conocí. Por entonces, tenía el pelo
que le rozaba el hombro y llevaba flequillo. En la lista de clase, ella iba
detrás de mí. No sé cómo fue, pero nos hicimos inseparables. Éramos pequeñas,
muy pequeñas, pero cada recuerdo que se agolpa en mi mente sobre esos momentos
juntas, es como si lo estuviera viviendo ahora, desde la misma perspectiva, sin
que nada haya cambiado. Ella era como si fuera una mitad de mi cuerpo, una
extensión del mismo. Era como esa mano que me ayudaba a levantarme cuando me
caía en la arena del patio, como esa pierna que me ayudaba a correr cuando los
chicos jugaban a perseguirnos, como esa oreja que escuchaba atentamente, como
esa mitad de la boca que se reía con cada tontería… Y como esa mitad que le
faltaba a mi corazón para saber que si ella se iba, perdía una parte de mí. Era
eso que, comúnmente, todo el mundo llama “mejor amigo”.
A lo largo de mi vida he tenido muchas “mejores amigas”.
Cada una ha sido totalmente distinta, me ha aportado sentimientos y sensaciones
diferentes. Sin embargo, con ninguna he sentido esa sensación de vacío al darme
cuenta de que está a kilómetros de mí. Ni tan siquiera estábamos lejos cuando
nos cambiamos de colegio. Las cartas eran nuestro medio para comunicarnos. Las
tonterías más variadas se pueden hallar en ellas pero tonterías que, al fin y
al cabo, unen. Por aquel entonces (y de eso hace mucho tiempo), éramos “Pisaloquesigue”
y “Pisoloquesigue”… y ahora nos reímos de “aquellos años locos”. Nos reímos de
cuando nos peleábamos por saber cuál de nosotras acabaría con Bustamante, de
cuando jugábamos a que teníamos aparato, de cuando no nos gustaba llevar “top”
y nos sentíamos rebeldes, de cuando nos creíamos las “guays”… Y, a pesar del
tiempo, nos seguimos riendo ahora por distintas cosas.
El tiempo pasó. Crecimos indistintamente en colegios
diferentes, nuestros círculos no eran los mismos. A veces, nos encontrábamos y
era un “hola, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo!” muy triste… Por entonces, yo recordaba todo lo que habíamos sido y me daba cuenta de que el tiempo es traicionero.
Un día estás en lo más alto y, al día siguiente, caes precipitadamente al
vacío. Y eso había pasado con nuestra amistad. Momentos importantes de la
adolescencia no los vivimos juntas. El tiempo nos había separado sin nosotras
darnos cuenta. Cada una tenía una rutina distinta, un físico distinto, modos
diferentes de ver la vida y distintos
objetivos.
Un día, la vida nos quiso volver a juntar. No fue hace mucho
de aquello. A un tímido “hola” le sucedieron muchas palabras. Ahora yo tenía
que sacar, casi con pala, lo que ella sentía, lo que había vivido en tantos
años separadas. Me costaba que me contase las cosas, pero yo quería que ella
volviese a ser una parte de mí. Me emocionaba la idea de que otra vez
volviésemos a compartir aventuras. Seguía siendo distinto, pero me importaba
mucho. Era verla y, en realidad, ver otra vez a aquella niña con la que tantas
aventuras había compartido. Lo intenté durante muchos meses volver a ganarme su
confianza, su cariño. Y, en efecto, no me confundía: en realidad nunca se
habían ido esos sentimientos de su corazón.
Volvimos a ser las de antes. Mayores, pero las de antes.
Habíamos cambiado mucho, la vida nos había transformado. Ya no éramos
Pisaloquesigue y Pisoloquesigue. Ahora éramos Little S y Little C. La vida nos
volvió a dar otra oportunidad. Gracias.
El tiempo pasa, cambia a la gente, la transforma, la aparta,
la hace cambiar su punto de vista, la hace más dura la mirada… Pero, a pesar de
todo, a pesar de lo perdido, de todo lo vivido… El tiempo da segundas
oportunidades.
Otra vez dos caminos distintos. Ahora, caminos separados por
miles de kilómetros. Pero esta vez no va a pasar, no volverá a pasar. Somos
adultas, ya no somos unas niñas (aunque de corazón, sí). Las segundas partes no
tienen por qué ser siempre malas. No tiene por qué existir una tercera parte,
la segunda no se ha ido.
GRACIAS por cada momento juntas. GRACIAS por las cosas que me has enseñado. GRACIAS por hacerme ver lo que es luchar por la amistad. GRACIAS por todas nuestras risas. GRACIAS por las sonrisas que me has sacado. GRACIAS por darme fuerza cuando tú no tenías. GRACIAS por hacerme ver lo mejor de mí. GRACIAS por defenderme hasta el final. GRACIAS por seguir siendo como eres, sin cambiar. GRACIAS por hacerme ver que no todo es ni blanco ni gris, que hay intermedios. GRACIAS por decirme las cosas como son, tal cual son. GRACIAS por seguir teniendo el espíritu que hace muchos años hizo que nos volviéramos inseparables. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS… Son pocos GRACIAS para los que te mereces.
GRACIAS, AMIGA.