¿Ves esa chica que camina dando la vuelta a la esquina? Es
aquella que triste se fue, tarde fue su despedida.
Me la encontraba cada día y cada día era un sinfín de
despedidas. Cada noche yo acudía en su búsqueda si me llamaba. Nunca la vi
sonreír, quizá yo tampoco la hacía muy feliz. Me contaba lo mucho que echaba de
menos su pelo, su boca y su almohada. Tampoco esperaba mucho de esa persona que
un día la dejó abandonada.
“Pobre chica”, me decía. Y en mi mente solo se agolpaban
imágenes de tu recuerdo, de tu huída. Sin mirarme a los ojos, sin una palabra,
lo dijiste todo. Te abalanzaste sobre el viento procurando ser sincero mas solo
una palabra dijo que ya era suficiente. “¡Para!”. Otra vez vienen a mi mente
tus ojos que cada tarde me ponían tan nerviosa que yo miraba al suelo. O al
cielo. Recuerdo lo que era aquello. Tocar tu pelo es estar como en el cielo. Y
tras él, vino el infierno. El infierno de no volver a verte, de quizá en cuatro
años. De catorce días invisibles, imposibles al recuerdo.
En ese momento, mi espalda crujía, mis músculos se tensaban
y yo no podía dormir. Echaba de menos tu cama, tu espalda que me protegía. Tan
solo pensaba en el poder y no querer. En la estela de promesas rotas. ¿Tal vez?
Tal vez no fue querer, fue pretender hacer del mundo un lugar posible para ser
capaces. Hábiles, eternos frente al viento. Indestructibles, soportando cada
tempestad, cada mala palabra que de mi boca salía.
Ahora veo a esa chica frente a mí, trata de sonreír bajo el
disfraz de eterna melancólica. Ahora, con los ojos entrecerrados, veo su
recuerdo porque está tatuado en mi piel. Solamente abro los ojos y me veo a mí. Esa soy yo... frente a un espejo.
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