Esta tarde fría de verano se ha teñido de color naranja pardo.
Me siento frente al televisor y por más que intento darme cuenta de algo no encuentro ninguna razón que me designe un porqué.
Estamos aquí. Yo aquí, tú allí. Tú aquí, yo allí. Nunca coincidimos. Trato de ver lo imposible, pero lo imposible se hace eterno.
Rememoro el pasado tomando aire, exhalando muy profundo. Me doy cuenta de que nada existe, de que esta realidad es ilusoria y a veces me hace ser víctima de una situación pueril.
¿Adónde llego para rebobinar hacia el pasado, que se vuelva más nítido? Tan sólo necesito tu mano, que me saque de aquí, para ser feliz.
¿En qué punto exacto olvidamos nuestra felicidad? Buscamos lo imposible de la ineptitud de nuestras acciones.
Aún así ya sabes que yo sigo aquí, que te sigo esperando como un niño espera ese globo que se le fue rápidamente de las manos y, mirando al cielo, espera que regrese. Quizá el globo no regrese, pero yo tengo la mísera esperanza de que tal vez nuestra flor sí.
Voy pasando las páginas del calendario. Refugio mis abrazos vacíos en el aire de esta fría y oscura habitación.
Intento de olvidar entre otros brazos ajenos pero ninguno se parece a ti, por eso parece una realidad irrisoria tan continuamente.
No puedo seguir así, confieso seguir sin lucha alguna hacia la felicidad, la eternidad; pero algo me dice que a caso volverás.
¿Qué hago yo aquí, contando los días que quedan para volverte a ver?Es rara la sensación pues creo que ya no regresaré. Quise creer que ahora se volvería todo perfecto. He de reconocer que sí que soy feliz, mucho; pero un vacío en mi alma sigue inhabitable. Nadie puede albergar en él toda la capacidad de amar que tuve. Por eso sigo aquí, impasible a otros besos que me dicen que no estás.
Aunque no me puedas ver, quiero que sepas que yo siempre estaré. Que no hace falta ver para creer. Basta creer.
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