Y entre todas aquellas sombras, yo estaba escondida. No trataba de ver a oscuras, ya no podía salir.
Creímos que podíamos andar a tientas, mas la noche no me dejaba escapar. Cuando por fin vi la luz, mi cuerpo ya no reaccionaba. No se movía. No sentía. Creí perder todo en un momento. Mi mundo, mis pasos, mis anhelos… la vida.
Lo importante no era correr hacia el fuego, había que saber atravesarlo. Gritar, chillar… no poder más.
Creé una colonia que olía a recuerdos. Me empapé toda la camisa de ellos. Lloré hasta caer al suelo. Olí el perfume que tantas veces había embriagado mi memoria y perdí el conocimiento.
Cuando desperté, caminaba sobre nubes. Cada nube era una cara, una sonrisa, una fantasía. Pretendí tocarlas, pero rápidamente mis manos atravesaron el humo. Humo que se escapaba de mi poder, que ya no podía tocar.
Presentí que alguien más había a mi lado, pero estaba cegada por el miedo, que me impedía ver. A pesar de esto, afiné el oído y escuché. Escuché un susurro que hubiera sido imperceptible de no ser porque no podía ver, aunque vislumbraba pequeñas motas de polvo. Me asusté porque creí estar ciega, pero cuando me detuve y observé, pude ver que tan solo estaba metida en una noche oscura. La noche oscura de mi alma que no podía ver si no me detenía, primero, a escuchar.
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