Su mirada se clavaba en mí. Fija pero intensa. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo cuando me habló. Y unas palabras encadenaron a otras.
Cualquiera que estuviese a mi alrededor podía percibirlo. En aquel momento, era la persona más feliz del mundo.
No importa el alcohol que me acompañaba y seguía mis pasos, rozándome.
La noche nos envolvió con su manto. Nos llevo a pasear entre coches y personas. Nos llevó a contarnos miles de historias. A querer que el tiempo no pasase, que se pare.
Y los rayos de luna inundaban nuestras pupilas. Nos íbamos haciendo grandes.
Un tímido beso llegó. Era esperado, perfecto, suave.
Me fui acostumbrando al roce de sus labios, a su respiración. A tenerle cerca. A poder tocar el cielo con los dedos.
Los minutos iban pasando pero él se hacía mío. Las ganas y la complicidad. Todas aquellas situaciones que llevaron a encontrarse a dos personas iguales.
¿Y qué pasa si le pierdo? ¿Qué pasa si le olvido? ¿Qué pasa si todo ha sido un sueño?
Los sueños duran poco y, al fin y al cabo, sueños son. Presiento. Espero que el continuo avance siga, despacito, poco a poco.
Tampoco espero despertarme.
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