<<Aún me hace daño rememorar los puñales que, poco a poco, iba lanzándome.
Se situaba frente a mí y, con cara de odio, me lanzaba todo lo que podía.
Recuerdo el último día, la última vez que me lanzó unas frías llaves de metal que acompañó con un gran puñetazo en mi ojo derecho. ¡Cuánto me hirió!
Cómo escupía palabras sin sentido, fuertes pero que habían perdido todo el significado para mí.
Lanzaba objetos, uno tras otro. Un día, era el mando de la televisión, otro día, el cargador de la pistola de perdigones o, incluso, esta misma.
Uno tras otro. Otro tras uno.
Y nadie lo sabía, yo tenía que guardar silencio, un secreto que día a día me mataba por dentro. No estaba bien visto en la sociedad y nadie me ayudaría.
Habían sido tantas las veces en las que había gritado que me socorrieran que ya eran innumerables, incontables…
‘’Nunca más’’, seguía gritando en mi cabeza, llorando en mi rincón detrás de la mesa.
Me dolían las extremidades, el tronco, la cabeza. Me dolía yo misma.
¿Sería verdad que yo lo había causado todo? No, estoy segura de que no.
¡Cuánto tiempo me había robado! ¡Cuántas noches encerrada en el armario deseando evitar ver su monstruosa cara!
El no poder hacer nada malo o, de lo contrario, en mi cuerpo acabaría algo pegado.
Eran tantas veces las que había visto un amanecer azul, un cielo rosa con pocas nubes en el horizonte…que, sin embargo, dentro de mí no existía, pues dentro de las cuatro ventanas que me rodeaban era todo opaco.
Una vez más, tenía miedo, tenía miedo de lo que pasaría. Ni tan siquiera lo presentía, solamente lo sabía.
Faltaban pocos días para que saliera y, yo, estaba indefensa frente al miedo, al odio, a la humillación, al dolor, al rencor.
A él, cuatro paredes ya lo defendían del mundo exterior, le daban protección, pero ¿y a mí? ¿Quién me protegía a mí? Yo no tenía a nadie, simplemente unos papeles.
Yo no estaba exenta de nada, ni tan siquiera de él. No existía la justicia, hacía mucho tiempo que había dejado de creer en ella, ya no me aportaba nada. Ahora, sólo me quedaba mirar al cielo y esperar. Esperar a la tormenta, a la pesadilla.
Y otra vez, vuelta a empezar.
Nunca nada cambiaría. >>
María. Un testimonio como el de otras tantas mujeres a las que nadie protege cuando son agredidas en manos de su pareja, hermano, padre… quien sea.
Porque a nadie le importa quien sea, al final, las Autoridades sólo hacen objeciones cuando trasciende a los medios o, lamentablemente, abarca un fatal desenlace.
¿Quién les da la mano cuando se encuentran solas frente al peligro? ¿Quién les dice que la pesadilla que un día empezó, algún día terminará? ¿Quién se lo dice? Nadie.
La sociedad no actúa.
Dos días después de que el agresor comenzara a disfrutar de la libertad, María murió asesinada en su casa de Barcelona con un tiro en la sien.
Murió sola, sin saber lo que era poder vivir sin ninguna clase de miedo y libertad, como de la que, el ahora asesino, pudo disfrutar al respirar el aire de la sociedad.
Son mujeres, indefensas, que a menudo nadie puede ayudarlas porque nadie lo sabe.
¿Y quién las salva a ellas?
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