''Esas cosas no pasan en España''.
Es una de las frases más comunes cuando la televisión nos transmite la triste noticia de un accidente provocado por causas que la naturaleza desconoce.
Nos sucede a menudo: la realidad parece estar bien lejos de todo aquello que nosotros vemos con frecuencia en las noticias.
Las noticias, sin embargo, siempre suelen ser tristes, diáfanas. Parece que todo eso que nuestra retina visualiza no llegará nunca a alcanzar tales consecuencias como la vivencia de una gran catástrofe.
Lo pudimos comprobar en el último terremoto en Japón. Miles de víctimas, miles de casas derruidas, miles de vecinos sin una casa donde poder pasar una noche. Miles, miles y miles.
''Pobrecillos'', nos lamentamos. Y como en un acto de voluntad, enviamos a esa región dinero, ropa, comida... en definitiva, donativos que permitan el volver a desarrollar todas las infraestructuras y vidas de esas personas que han quedado sepultadas bajo los escombros.
Y seguimos pensando que esas cosas a nosotros no nos pueden pasar. Vivimos en un país seguro, donde no hay riesgo de catástrofes naturales, es de pequeña dimensión en comparación con Japón, somos muchos millones de personas meno los que vivimos en España.
Pero si algo me ha enseñado la vida, es que no podemos conformarnos, ver desde una pequeña ventana la realidad incandescente que se asoma, pero que parece no rozarnos.
Y sin embargo, ha pasado. Las catástrofes naturales pasan, sin saber cómo ni cuándo, ni tan siquiera los motivos. Es ''natural''.
Ayer, 11 de mayo de 2011, a las 20:30 horas la población murciana del pueblo de Lorca (el tercer municipio más grande de esa comunidad, por detrás de Murcia y Cartagena) sufrió dos seísmos de 4'6 y 5'1 grados respectivamente.
Los vecinos, aún atónitos ante la catástrofe que se avecinaba, salieron a la calle con lo puesto y sin nada más, sin prever que serían varios los días en los que no regresarían a casa.
Tras numerosas réplicas, aunque menos fuertes, los vecinos aún asustados, se agolparon y amontonaron en los parques y plazas donde se podía permanecer a salvo.
Otros, sin embargo, que no pudieron llegar a tiempo, los segundos y la naturaleza fueron mucho más rápido y les dejaron catapultados bajo miles de ladrillos y escombros pertenecientes a numerosos edificios.
El balance es de nueve víctimas mortales, tres en estado crítico y más de trescientas heridas. Un dato devastador.
Y ahora es cuando los españoles, mucho más ingenuos que hace 24 horas, han percibido ligeramente que esos desastres naturales que sólo aparecen en los informativos, también pueden suceder en nuestro país.
Serán numerosas las ayudas que recibirán los lorquinos de parte de toda España y otros países. A pesar de todo esto, la ciudad está sepultada, nadie quiere volver a sus casas ya que son víctimas del miedo y la tragedia que ha llevado a un pueblo a salir de sus casas y abandonar su rutina de vida.
Las perspectivas han cambiado, nada volverá a ser lo mismo.
Hará falta la infinidad de medios tanto psicológicos como técnicos. Ayuda y apoyo que recibirán los vecinos por arte de organizaciones como la Cruz Roja, la UME y el ejército de Tierra, Mar y Aire.
Tardaremos años en volver a reconstruir un pueblo del que, a pesar de constituir una pequeñísima parte de España, ahora formamos todos.
Porque todos somos españoles y, ante todo, humanos.
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