Le acompaña, desde fuera, la lluvia que no cesa.
No es intermitente, pero sí fría para este calor propio de un verano de secano.
Los truenos son mi banda sonora. Rugen sin cesar enfadados porque alguien les arrancó la voz.
El cielo parpadea y sus rayos son la única luz que me acompaña.
Como en cada tarde de domingo que llueve rodeo con cuidado mis hombros con una manta color vino y, sentada de rodillas frente a la ventana, sorbo poco a poco mi café con leche fría.
Sin querer enciendo un cigarrillo. ''No puede ser, he vuelto a fumar. Me dije que lo dejaría'', me recrimina la conciencia. Y así una y otra vez.
Me quito las gafas con las que llevo trabajando toda la tarde. Me froto los ojos, están cansados de estar todo el día frente al ordenador.
Miro por la ventana y sonrío. Mi sonrisa se tiñe de melancolía.
Los árboles se agitan de un lado a otro, se deshacen de algunas de sus verdes hojas.
Es bonito este paisaje, tan tranquilo.
En el único edificio de enfrente que ciega mi maravillosa y pensativa vista veo una luz encendida.
Sin quererlo me convierte en su espía.
Miro hacia lo lejos, disimulando mi intriga.
Y cuando creo que nadie me ve, giro la cabeza buscando el foco amarillo.
Tan sólo veo sombras, pero juego a imaginar qué harán.
Quizá es una pareja que se quiere, o dos amigas jurando amistad eterna o incluso un padre con su hija.
Quién sabe... es tan bonito imaginar, jugar con la realidad.
Los cristales siguen empañados y yo, inconformista, dibujo con los dedos figuras sin forma.
Dibujo letras o melancolía.
Advierto mi cansancio y acierto colocando en el equipo de música un cedé que reproduzca todo aquello que experimentan mis sentidos.
Lo he pensado mejor, decido aportar un poco más de desasosiego a mis minutos.
Lentamente suena e invade mi salón una melodía de Bach. ¡Qué gran melodía que acompaña una tarde como esta!
Sigo sentada pensando en el futuro que vendrá, en todo lo que me queda por descifrar.
Sin haberlo deseado, he llegado a la conclusión de este presente.
El presente, el ''ahora'', es como un rayo que aparece pero rápidamente se va, tan sólo queda el recuerdo de aquel que lo ha visto.
Como una hoja que al caer de un árbol se pierde entre un millón de hojas más.
Es como un trueno que al cesar, tan sólo queda su estruendo en la cabeza.
O como una gota que, al caer sobre el cristal y evaporándose, tan sólo deja su corto o largo recorrido.
El presente tan pronto como viene se va.
Y yo he tenido que esperar hasta ahora para darme cuenta de que este ''ahora'' escrito ya es pasado, de que ese futuro que algún día escribiré llegará a ser presente.
Y mientras yo sigo aquí como hace cuarenta minutos de mi recién pasado presente, volviéndome loca intentando buscar una explicación que sepa detener a este inminente presente.
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