Hay una barrera entre la tormenta y yo. Ya hay una barrera.
Hay dos tipos de tormenta. La primera es la de este mundo, la que arrastra la lluvia ácida, que moja la ropa. La segunda es la peor. Es aquella que empapa tu corazón, lo humedece y cualquier sentimiento resbala. Hace daño porque no vemos las gotas ni las nubes y, por tanto, no sabemos cómo secarnos de esta.
Creo que he encontrado el remedio. Está guardado en una pequeña bolsa en una caja en mi cabeza. Creo que es esta, ya que tiene un rótulo que pone: “Solo usar en caso de emergencia”. Sí, creo que lo mío es una gran emergencia. Una necesidad.
La he abierto y la he encontrado vacía. No lo entiendo. Intento seguir buscando en el cajón de mi cabeza. Hasta que me doy cuenta de que dentro de la bolsita hay una pequeña nota de papel. Desdoblo el trozo y leo: “Si te sientes perdido, si estás vacío, búscale. Está a tu lado, sentado en ese banco o a los pies de tu cama. Basta creer para ver”. He quedado impresionada. No sé a quién estoy buscando, pero yo no veo a nadie a mi lado.
He tenido un sueño. Una figura amiga me ha hablado diciéndome que Él es a quien busco. Cuando me he despertado, obviamente, ya no estaba. He tratado de vislumbrar a alguien en mi habitación y no lo he vislumbrado lo he visto. Era Él, mi fiel amigo y compañero en el camino. Le he visto. Porque es cierto, he creído y he visto.
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