Y tiramos una moneda al agua. No está bien pedir deseos frente a un charco, pero si es contigo, olvido mis prejuicios y sonrío.
Está amaneciendo. Hemos pasado toda la noche juntos, tú a mi lado, yo a tu lado. Me has abrazado procurando que no tenga frío, has deshecho una y otra vez el nudo hemos formado con la manta. Y me has mirado intentando averiguar si es cierto esto que siento. Sobre unas cuantas piedras, de esas que adornan el suelo, hemos dormido a la luz de las estrellas. Has jugado con mi pelo queriendo no pensar. He tratado de alargar este momento sabiendo que no habrá más.
Es de día. Te levantas y doblas dos veces la manta color castaño. Desde arriba, me miras soñoliento y despistado. A veces me pareces preocupado. Te agarro la mano y te invito a parar el mundo, a tumbarme sobre tu pecho y que me hagas cosquillas aunque lo odie. Me dices que no, que es tarde y tienes que volver. Levanto la vista y te miro con cara triste, un día más se rompe este sueño.
Mientras caminamos de la mano, pensativos, tú miras hacia la izquierda y yo contemplo los árboles de la derecha. No entiendo por qué estás tan callado, a lo mejor he hecho algo mal. Llegamos al borde del precipicio, tú te sientas y me dices que yo también lo haga. El sol da de pleno en nuestras caras. Me miras y me colocas un mechón de pelo detrás de la oreja. Me susurras que me quieres mientras me dices que debemos despertarnos de este sueño.
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