Deja de gritarme. No creas que con palabras que chillan y acuchillan vas a tener razón. No tienes razón. Quien pretende tener razón gritando es porque sabe que así es posible que la otra persona tape sus oídos y no pueda atender a sus frases injuriosas.
Tampoco me hables con palabras malsonantes. ¿Nadie te ha explicado que así sigues sin llevar razón? Sólo consigues que te pierda el respeto y tu vocabulario pierda todo su valor.
Yo no te voy a hacer caso si no quiero, tampoco voy a responderte si me faltas al respeto. Nadie me obliga a que lo haga y tú no vas a ser menos.
Ya me cansé de estar siempre luchando contra el reloj. De esperar ansiosa a que, cada vez que abras la puerta, vengas y me abraces y me hables de los dos.
La rutina ha deshecho todos tus actos y los ha arrojado al contenedor de frases sueltas e inacabadas.
¿Cómo hemos conseguido llegar a este punto? ¿No ves que yo, que tú, pretendemos tener razón y cada palabra suena más alta que otra?
Así, solamente sigo estando triste, no te das cuenta de que mi felicidad se esfuma cada día como bofetadas en el aire.
Y, ahora, ya no queda nada. Creo que no te has dado cuenta. Deberíamos renovarnos, renovar esta casa que se queda sin cimientos sobre los que poder permanecer. Renovar nuestras voces, acudir al parque y charlar, donde no podamos discutir. Pero parece todo más importante que yo.
Ya no te acuerdas de que ayer fue mi cumpleaños. Pensé que lo harías, ilusa de mí.
A las ocho de la mañana me desperté, primero abrí un ojo y luego el otro. Estaba ilusionada pensando que me traerías el desayuno a la cama, pero sólo encontré el vacío.
Más tarde, cuando fui a trabajar, tuve que coger un taxi porque encontré una nota que decía que no podrías llevarme ya que te llevaba un compañero al trabajo.
El día en la oficina fue estresante, como siempre. Gracias por establecer esa conversación por teléfono que sólo dice que te haga para cenar un filete de lomo. ¿Y para eso me llamas al despacho? Mi secretaria me ha mirado con ojos raros y ha visto cómo yo tornaba los ojos y me dejaba caer en la silla, triste y pálida. Me ha preguntado si me pasaba algo y yo sólo me he atrevido a decir que estaba un poco cansada.
Nadie en mi oficina sabe que es mi cumpleaños, supongo que se lo imaginan porque todos los años, tal día como éste, has aterrizado en la empresa preguntando por mí y trayendo una tarta tan grande como mis carpetas. Pero hoy nadie ha preguntado si es mi aniversario puesto que ya son más de las 12 y no ha llegado ningún paquete con mi nombre. Supongo que tienen miedo a ser respondidos y creer que se han equivocado de día.
Ya he llegado a casa, estoy agotada y sólo me apetece una ducha relajante. He gritado tu nombre pero nadie me ha respondido, he sido invadida por el miedo a saber que no estás.
En la cocina una nota, y esa nota dice que has ido a casa de Mario, que hay partido de fútbol y éste ya no te lo puedes perder.
He querido hacerme ilusiones pensando que sería una excusa para comprarme un regalo o hacerme una sorpresa por mi olvidadizo cumpleaños.
Mientras te he esperado, me he sumergido en la bañera y me he preparado un baño relajante con espuma olor a frambuesa como único capricho por mi cumpleaños. No ha estado mal, han sido treinta minutos en los que he podido olvidarme de todo y desconectar de la tristeza de mi día.
Ya son las once de la noche y aún no has llegado. He decidido llamar a Laura para ir a cenar, pero resulta que ya ha salido con su marido. Así que he decidido ir yo sola a la aventura y adentrarme en ese restaurante por el que tantas veces paso y nunca se me había ocurrido entrar. Es muy bonito, tiene unas amplias puertas con cristaleras y en el último piso, según me han explicado, goza de unas buenas vistas a la ciudad.
Al maître que me ha atendido le he dicho que quiero viajar al último punto de la ciudad para ver sin ser vista, que quiero adentrarme en un mundo que parece tan profundo. Cuando me ha preguntado que si lo que quería era ir al último piso, he salido de mi pensamiento fortuito y le he contestado que sí. Hoy en día no quedan soñadores, aunque no sé de qué me quejo si yo vivo soñando en una vida que no me pertenece.
Al llegar al piso de arriba he dicho que me sitúen cerca de las ventanas, que quiero contemplar la hermosura de la ciudad. El camarero me ha mirado con un gesto de profunda tristeza y me ha respondido que, hoy en día, nadie sabe apreciar la belleza de las polis y, con ello, me ha introducido en un discurso del que no he sido partícipe por estar ya viajando entre las nubes de ácido negras de mi ciudad.
Me ha preguntado que si quería algo fresco como entrante y le he dicho que me daba igual, que hoy no es un día especial así que, que elija él. Es increíble cómo, en casi dieciséis horas que llevo despierta, he perdido las ilusiones de un día que había planeado perfecto en mi rutina.
La cena no la he degustado aunque lo hubiera parecido. He comido despacio y sin ganas. Como en un flashback, han vuelto a mi memoria todos aquellos rincones adonde me llevabas, las risas del primer encuentro o las lágrimas por una despedida, cada vez que me dabas un beso en la frente o me decías te quiero antes de acostarnos. Sin embargo, ya no queda nada de aquello, o eso creo.
He vuelto a casa y he abierto la puerta sigilosamente para no hacer ruido. He entrado en nuestra habitación y estabas roncando, tan ensimismado en tus sueños que no te has despertado.
He depositado mis zapatos rojos en la estantería de mi vestidor y he ido al cuarto de baño a desmaquillarme. No he querido, pero una lágrima ha resbalado sobre mi mejilla.
Cuando me he tumbado en la cama, me he dado la vuelta y te he dicho al oído: ‘’Hoy era mi cumpleaños y ni tan siquiera te has acordado. No sé en qué punto estamos’’.
Ha sido entonces cuando, de repente (quiero creerlo), te has despertado y me has empezado a gritar y a decir cosas feas.
No me gusta que te pongas así, has conseguido que hasta yo te haya chillado. No sé qué pensarán los vecinos de esto.
Lo he pensado mucho, y no sé en qué punto de nuestra vida estamos. No sé qué es lo que va a pasar ni por qué perdimos la ilusión.
Tú, te encerraste en el salón y has pasado la noche allí. Yo, me dormí llorando y, ahora temprano, mucho antes de ir a trabajar, estoy haciendo mis maletas. No sé si será lo correcto, tengo miedo. Pero si no lo hago ahora luego nunca seré feliz.
Ahora me quedo con tus recuerdos, intentando borrar los malos de mi memoria.
Te he querido mucho y te sigo queriendo pero comprende, amor, que la vida no es vivir bajo el mar, queriendo aguantar sin aire debajo del agua, porque llega un momento en el que te ahogas.
Me marcho. No porque haya encontrado a otro sino porque la felicidad no me ha encontrado contigo.
Siempre te querré, mi vida entera.
-Quien más te ha querido y tú no has sabido valorarlo.
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