martes, 2 de agosto de 2011

Soliloquio


De repente, una extraña sensación se apodera de mí. Quiere que grite, que llore, que ría..que sonría.
Qué extraño. Hacía mucho tiempo que no me sucedía algo así.
Ni tan siquiera recuerdo cuando fue la última vez.
Aún estoy consternada porque no sé cómo abordar esta situación.
¿Qué hacer? Dispongo de tanto tiempo que, como un preso al salir en libertad, sólo quiere correr, estirar las piernas y respirar el aire profundo que resbala sobre su pelo.
Podría pasar una tarde viendo películas en las que, un héroe recorre miles de kilómetros para salvar a su amada esposa. O, tal vez, escuchando melodías que no atraviesen mi cabeza y permitan resplandecer esta turbia tarde de verano.
Pero no, no es eso lo que me apetece, ni tan siquiera bailar ni saltar. Sólo necesito algo de paz.
Paz... qué tan extraño vocablo del que sólo me acuerdo pocas veces al año.
Tranquilidad, sosiego, profundidad, armonía, serenidad.
¿Por qué no habré disfrutado de ello tantas veces en la vida? ¿Por qué limitarme a un día?
Resulta aún extraño y llevo conviviendo con esta paz varios minutos. Nunca pensé que sería tanto.
Y si lo pienso, aún es más el suave recorrido por mi piel que deja un escalofrío.
No estoy acostumbrada a esto.
Me invita a que vaya al parque, a que me siente sobre el regazo de un pardo asiento y compartir varias horas con unas páginas repletas de descifrables frases que asemejen una historia contada bajo las copas de los castaños.
Y navegar hacia un mundo que no existe, que es imaginario, pero que en mi mente puedo palpar.
Es anestesiante esta paz. Aún me confunde.
Cuántas veces he esperado este momento en trescientos sesenta y cinco días y hasta hoy no lo he adivinado.
¿Por qué esperar tanto para disfrutar de los pequeños placeres? Ahora lo pienso y juzgo. Demasiado rápido recorre el ser humano su vida, tanto que eso no es vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario