martes, 18 de septiembre de 2012

Espejismos

¿Ves esa chica que camina dando la vuelta a la esquina? Es aquella que triste se fue, tarde fue su despedida.

Me la encontraba cada día y cada día era un sinfín de despedidas. Cada noche yo acudía en su búsqueda si me llamaba. Nunca la vi sonreír, quizá yo tampoco la hacía muy feliz. Me contaba lo mucho que echaba de menos su pelo, su boca y su almohada. Tampoco esperaba mucho de esa persona que un día la dejó abandonada.

“Pobre chica”, me decía. Y en mi mente solo se agolpaban imágenes de tu recuerdo, de tu huída. Sin mirarme a los ojos, sin una palabra, lo dijiste todo. Te abalanzaste sobre el viento procurando ser sincero mas solo una palabra dijo que ya era suficiente. “¡Para!”. Otra vez vienen a mi mente tus ojos que cada tarde me ponían tan nerviosa que yo miraba al suelo. O al cielo. Recuerdo lo que era aquello. Tocar tu pelo es estar como en el cielo. Y tras él, vino el infierno. El infierno de no volver a verte, de quizá en cuatro años. De catorce días invisibles, imposibles al recuerdo.

En ese momento, mi espalda crujía, mis músculos se tensaban y yo no podía dormir. Echaba de menos tu cama, tu espalda que me protegía. Tan solo pensaba en el poder y no querer. En la estela de promesas rotas. ¿Tal vez? Tal vez no fue querer, fue pretender hacer del mundo un lugar posible para ser capaces. Hábiles, eternos frente al viento. Indestructibles, soportando cada tempestad, cada mala palabra que de mi boca salía.

Ahora veo a esa chica frente a mí, trata de sonreír bajo el disfraz de eterna melancólica. Ahora, con los ojos entrecerrados, veo su recuerdo porque está tatuado en mi piel. Solamente abro los ojos y me veo a mí. Esa soy yo... frente a un espejo.

¿Tarde para qué?

Nunca es tarde, o eso creemos. O, tal vez, eso nos decimos.
Pensamos que un día todo cambiará y, sin embargo, lo único que cambia es el tiempo. El tiempo en el que nos movemos, el tiempo en el que las nubes se van y dejan salir al sol.

Aquí siempre está lloviendo. No sé si es por sistema o tal vez por falta de sutileza en los actos de los que no soy capaz. De girar la cabeza atrás, de ver ese tiempo pasado que, seguramente, un día será demasiado recíproco para que nos veamos envueltos en él.

La vida. Ese girar constante. De experiencias, de magnitud cero, de vueltas y vueltas en una noria como si de un rompecabezas se tratara.
Otra vez esa ventana, esas vistas a la gran ciudad, del mundo paralelo al que estamos sometidos. Otra vez ese ajetreo constante que para mí no es otro que tranquilidad. Paz. De ideas difusas o más bien confusas. De histeria, de gritos ahí afuera. De pitillos ajustados, de cigarros ml apagados. Y el cenicero se llena, se sigue llenando. Más. Y parece que rebosa, que va a reventar de silbidos varios, de angustias encerradas en un cuerpo del que no sale.

Perder las ganas, el miedo, la tristeza, la melancolía. Sacar a flote la alegría y poder gritar que ya eres libre. Libre para decidir con qué acabar, cómo terminar. Terminar en exceso, en silencio y en reposo, con mil corazones rotos. Con mis sentimientos ahí fuera, volando de gota en gota, de pared contra pared, de sillón frente a sillón.

Dejar ir. Estar. Ser o no ser. Creer, apostar, ganar, luchar. Y otra vez vuelta a empezar. Las cientos de excusas que se han quedado en el camino, las miles de promesas que nunca nos concedimos. El instante en el que fuimos capaces de ser todo. Y esto… esto tan solo son cuatro palabras.