miércoles, 30 de noviembre de 2011

HVDT

Todos hablamos mucho cuando nos cuentan cosas parecidas que les ocurre a otras personas. No sé por qué, pero nunca pensamos que puede sucedernos a nosotros y, en cambio, el día menos pensado.. ¡pam! te toca a ti, como si te hubieras traído mala suerte tú sola. Tienes que arreglar cuentas con tu orgullo y tus ganas de seguir con él.. ¡Pero que coñazo! Siempre he sido una negada en matemáticas. Y además, en el amor no existen ecuaciones ni operaciones.. No existe el contable de los sentimientos o el asesor financiero del amor. ¿Qué ocurre, que hay que pagar un impuesto para ser feliz? Si fuera verdad, lo pagaría a gusto...
Lo peor de todo es que le echo de menos.. Estoy en el puente, paro el coche y bajo. Me acuerdo de esa noche, esos besos... Veo nuestro candado y me acuerdo de cuando arrojó la llave. Era una promesa Step. ¿Tan dificil era mantenerla?

martes, 22 de noviembre de 2011

Los cinco sentidos de mi infancia (práctica)

La nostalgia me ha atrapado y he decidido abrir un viejo baúl ya olvidado. Para mi sorpresa, encuentro un traje de color plata, es un vestido que usé para bailar en unas fiestas del colegio. Rozo con mi mano suavemente su tela y es suave, delicada. Sus hilos son finos y, sin embargo, sigue intacto tras más de diez años doblado en el cajón.

Al levantar el vestido, no me he dado cuenta de que se han caído unos cuantos ''gomets'', esas pegatinas de múltiples tonalidades y diferentes figuras que ya no me acuerdo para qué se empleaban. Círculos rojos, cuadrados azules, estrellas amarillas y triángulos verdes me transportan a una esfera distinta, a ese antiguo universo de arcoiris y pegatinas de colores donde no había preocupación alguna y yo vestía uniforme azul marino.

Oigo el timbre e inmediatamente bajo corriendo las escaleras de mis recuerdos. Comienza a emerger en mi cabeza el griterío de los niños que están jugando en el patio. Y yo, como una más, me uno a ellos. Empiezo a correr de un lado a otro. A lo lejos, se oye la música de otras niñas que están bailando, pero yo decido seguir jugando.

Si salgo por la puerta pequeña del colegio, empiezo a olor ese dulce aroma de ''El Valenciano'', esa pastelería donde cada día tomaba mi napolitana de chocolate. Siento el chocolate caliente del bollo recién horneado fundiéndose en mi boca.
Me sorprendo comprobando que hay cosas que nunca cambiarán.

Vuelvo a ser pequeña y, por lo tanto, vuelvo a comprar esos cromos de los Simpson que si acercas tu nariz a ellos su olor es distinto. Hay unos que huelen a rosquillas, otros a hierba y otros a pizza. ¡Qué invento tan original!

Paso por delante de la mercería donde cada tarde llevaba a mi madre a comprarme distintas horquillas y diademas solo por tenerlas diferentes. El olor al entrar en esa vieja tienda es inconfundible y, aunque hayan pasado tantos años desde entonces, lo reconocería inmediatamente.
Es cerrado, viejo, pero huele a todos y cada uno de los botones, hilos, pendientes y gomas del pelo que sus cajitas encierran.
Al igual que mi memoria, que encierra selectivamente esos pequeños pero tan valiosos recuerdos.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Diario de una vida en Madrid. 6. Palacio de Oriente

Me siento en un banco de piedra blanca caliza intentando buscar algo de relajación para este intenso fin de semana que ya ha terminado.

La brisa acaricia mi pelo dejando una suave sensación y una leve sonrisa en mi rostro.

Oigo un rugido procedente del cielo y alzo la vista.

Grisáceo sobre mi cabeza, me cercioro de que va a llover. Adoro la lluvia, sus gotas cayendo sobre mi ropa.

Parejas abrazadas, niños que corretean por este inmenso patio adornado con una fuente, grupos de estudiantes que caminan admirando el esplendor de un palacio que se levanta frente a mis ojos… y luego yo.

En un extremo del suelo arenoso, me distraigo escribiendo sobre un mapa de metro mis pequeños pensamientos.

Ha caído una gota, y al lado, una hoja que recorre las baldosas de este suelo arenoso.

El murmullo de la fuente acompaña mi ansiado retiro y me hace sentir que, aquí, en este nublado domingo, puedo estar alejada un rato del constante ritmo frenético de Madrid.

Pienso en cómo he llegado a parar aquí. Es bonito, majestuoso el Palacio de Oriente. Se alza sobre mí dibujando protección y anhelo de libertad.

Está lloviendo. Me resguardo bajo un gran árbol de los jardines de Sabatini.

De repente, imagino en el balcón de su cuarto piso a una triste princesa varios siglos atrás, anhelando la presencia de su amado y reclamando libertad. Tiene todo, desde lo más alto se puede contemplar Madrid, pero no encuentra la felicidad.

No sé cómo he acabado deteniéndome en tan remoto pensamiento pero eso demuestra que desde aquí, desde este banco en un extremo de Madrid, cualquier historia es posible.

Los pájaros están sobrevolando tan grandioso edificio. Ya ha dejado de llover.

Como si fuera la primera vez. Paulo Coelho

Quiero creer que voy a observar este nuevo año como si fuese la primera vez que desfilan 365 días ante mis ojos. Ver a las personas que me rodean con sorpresa y asombro, alegre por descubrir que están a mi lado compartiendo una cosa llamada amor, de lo que se habla mucho y se entiende poco.

Subiré al primer autobús que pase, sin preguntar a dónde va, y me bajaré en cuanto vea algo que me llame la atención. Pasaré por delante de un mendigo que me pedirá una limosna. Tal vez le dé o tal vez piense que se lo gastará en bebida, y siga adelante, oyendo sus insultos y entendiendo que esa es su forma de comunicarse conmigo. Pasaré por delante de alguien que está intentando destrozar una cabina telefónica. Tal vez intente impedírselo o tal vez entienda que hace eso porque no tiene con quién hablar al otro lado de la línea, y de esa forma intenta espantar su soledad.

En cada uno de estos 365 días observaré todo y a todos como si fuese la primera vez, sobre todo las cosas pequeñas, a las que ya estoy tan acostumbrado que he olvidado la magia que las envuelve. Las teclas de mi ordenador, por ejemplo, que se mueven con una energía que no comprendo. La página que aparece en la pantalla y que hace mucho que no se manifiesta de manera física, aunque yo crea que estoy escribiendo en una hoja en blanco, donde es fácil corregir con solo pulsar una tecla. Al lado de la pantalla del ordenador se acumulan algunos papeles que no tengo paciencia para poner en orden, pero si descubriera que esconden novedades, todas estas cartas, impresos, recortes, recibos ganarían vida propia y tendrían historias curiosas que contarme, sobre el pasado y el futuro. Tantas cosas en el mundo, tantos caminos recorridos, tantas entradas y salidas en mi vida.

Voy a ponerme una camisa que suelo llevar y por primera vez voy a fijarme en su etiqueta y en la forma en que fue fabricada, y voy a intentar imaginar las manos que la diseñaron, así como las máquinas que transformaron ese diseño en algo material, visible.

Incluso las cosas a las que estoy habituado, como el arco y las flechas, la taza de café de la mañana, las botas que después de tanto uso se transformaron en una extensión de mis pies, se revestirán del misterio del descubrimiento. Que todo lo que toque mi mano, vean mis ojos, pruebe mi boca sea ahora diferente, aunque haya sido igual durante muchos años. Así dejarán de ser naturaleza muerta y pasarán a transmitirme el secreto para estar conmigo tanto tiempo, y manifestarán el milagro del reencuentro con emociones que la rutina ya había desgastado.

Quiero mirar por primera vez al sol, si mañana hace sol; a las nubes, si mañana está nublado. Por encima de mi cabeza existe un cielo al que la humanidad entera, a lo largo de miles de años de observación, dio una serie de explicaciones razonables. Después olvidaré todas las cosas que aprendí respecto a las estrellas, y estas se transformarán de nuevo en ángeles, o en niños, o en cualquier cosa que me apetezca creer en el momento.

El tiempo y la vida han ido transformando todo en algo perfectamente comprensible, y yo necesito del misterio, del trueno que es la voz de un dios encolerizado, y no una simple descarga eléctrica que provoca vibraciones en la atmósfera. De nuevo quiero llenar de fantasía mi vida, porque un dios encolerizado es mucho más curioso, interesante y aterrador que un fenómeno físico.

Y, por último, quiero verme a mí mismo, cada uno de estos 365 días, como si fuese la primera vez que estuviese en contacto con mi cuerpo y mi alma. Quiero ver a esta persona que camina, que siente, que habla como cualquier otra; quiero admirar sus gestos más simples, como conversar con el cartero, abrir la correspondencia, contemplar a su mujer durmiendo a su lado mientras se pregunta con qué estará soñando.

Y así seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser: una constante sorpresa para mí mismo. Este yo que no fue criado por mi padre ni por mi madre ni por mi escuela, sino por todo aquello que he vivido hasta hoy, he olvidado de repente y estoy descubriendo de nuevo.



-PAULO COELHO