martes, 13 de septiembre de 2011

Diario de una vida en Madrid: 1. El Retiro e impresiones


Detengo la música. Camino ensimismada en mis sueños. Quiero sentarme pero se me adelanta un padre con su hijo.
Qué parque tan grande y tan bonito.
En mi ciudad no existen parques así, ocuparían una manzana de casas.
Es la primera vez que vengo sola. Quiero contagiarme del sol, de la hierba recién cortada, del agua que emana su gran estanque, de los ciclistas que pasean respirando su aire bien profundo y de cada ancianito que, sentado en un banco, intenta recordar su pasado.
Me gusta imaginar que en uno de éstos se encuentra reposado un viejo escritor ya olvidado. Trato de pensar como él, procurando fijarme en el caminar pausado y ligero de las personas que, parece, cuando entran a este lugar repleto de naturaleza, encuentran la paz que añoran en este estrepitoso modo de vida que rebosa la capital.
Me incomodo y miro hacia atrás y sujeto bien mi bolso no vaya a ser que alguien me lo arrebate.
Me gusta este silencio, tan sólo se oye el sonido de las pisadas al pasar y el cortacésped unos metros más lejos aunque, de vez en cuando, el ruido de una sirena interrumpe mi intencionada relajación.
Me gusta esta ciudad. Hace mucho calor, es cerrada, llena de humo y constantemente en movimiento. A veces, llega a ser demasiado insegura y otras, te pierdes en sus interminables recovecos. Pero, a pesar de todo lo malo que pueda albergar, encuentro en ella el anonimato que a veces uno necesita, la diversidad cultural, un grupo de músicos que sólo piden a cambio de entonar una melodía en el metro o en la calle unas monedas.
Encuentras multitud de caras, todas ellas distintas y ninguna se parece.
Un niño en el metro me mira constantemente desde su sillita y, de repente, me sonríe. Miro hacia mi alrededor pero no hay nadie más que le mire.
La madre parece estar agotada tras una larga jornada con su hijo. Parece ser filipina, pero no debe pasar verdaderas necesidades. Puedo comprobar ésto al dar la madre una galleta al niño y luego darle otras tres más y un zumo que éste rechaza.
Quizá son prejuicios míos, pero es lo que a mi parecer es. Además, es tan fácil imaginar en esta ciudad...
Aquí consigo olvidar todo aquello que me congestiona en la ''provincia''. Así es como han llamado mis profesores a las demás ciudades que no son la capital. Siento como si procediera de un pueblo. Resulta extraño. Aquí encuentro la inmensidad, lo magnánimo.
Adorar esta ciudad es poco, aunque sea cansada.
Aunque es inevitable no recordar a las personas que he dejado en mi pequeña ciudad, mis viejos amigos, mi familia. Muchos de ellos se incorporarán a vivir aquí, otros tardaré meses en verlos. Pero se trata de madurar, de cerrar una etapa para abrir otra completamente nueva, con cambios. En esta gran ciudad.

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