lunes, 5 de septiembre de 2011

La felicidad son seis días y quince horas caminando


Le temías a la soledad y ya la tienes. No es que yo haya querido forzarte a ello, más bien has querido tú. Has desechado todas las ideas de un futuro que parecía prometedor. Y todo, parece ser, que más bien para nada. No te culpo de nada, tan sólo a tu miedo empedernido que destroza miles de planes y promesas por hacer.
Ni tan siquiera hace un año que nos conocemos. Sería de ingenuos tratar de formar parte de un mundo anterior, de un universo al que yo no pertenecía. Pero ahora sí. Ahora puedo inmiscuirme en ese pequeño mundo paralelo que hemos creado hace nueve meses.
Siempre fue un defecto tuyo la impaciencia, el no saber esperar a lo que tenga que pasar y el orgullo. Maldito orgullo. El que a veces (o siempre) dice que no hay vuelta atrás.
Y esas son las causas de que estos pedazos estén esparcidos y tan rotos que sea tan difícil (por no decir imposible) recuperarlos y repararlos.
Madrid te espera. Siempre te ha esperado. Tu familia, tus amigos de siempre. Parece que tu vida está allí, donde todo estaba formado hasta que tuviste que partir hasta una nueva y pequeña ciudad. Aquí has vivido tres años, quizá no los mejores de tu vida. Has tenido que adaptarte, crecer, caer, derramar muchas lágrimas, esforzarte y, sobre todo, vivir momentos inolvidables.
No es creer más de lo que es si digo que uno de esos momentos inolvidables fue continuo, constante. Duró un poco más de medio año y fue mágico. Doy fe. Lo sé.
Te querías ir de luna de miel a París, creer en el amor eterno y tener dos hijos. Sin darte cuenta, eres un romántico empedernido. Yo también lo sé. Lo éramos, lo vivíamos. Un amor a contracorriente, contra viento y marea.

Y ahora, haciendo esta sutil tontería me doy cuenta de que ¿qué más da lo que hayas sido o dejado de ser en un pasado?
Cuántas cosas habrán pasado por tu mente y, de repente, cambiado.
Pensar qué pasará si, por muy hipotético que suene, conoces a otra chica que te hace feliz, con la que decides luchar a pesar de todo. O que tal vez conviva contigo, allí, tan lejos, apartados del mundo.
Y es entonces cuando, al pensarlo, me derrumbo lentamente. Porque nadie cree que esto llegue a puerto. Somos barcos varados que no tienen destino alguno al que llegar. O eso dicen. Yo, no lo creo ni tan siquiera ahora.

No es ni un año, lo sé, es poco. Sin embargo, ha sido tan intenso, tan fantástico...
Te conozco mejor de lo que cuatro test con preguntas estúpidas puedas responder hace tres años. Te conozco mejor que a algunas que pude considerar mis mejores amigas.
Y es que cuando quieres a alguien.. el amor no tiene límites. Serías capaz de hacer hasta la bobada más estúpida con tal de conseguir una palabra, una frase que diga que te acuerdas de mí.
Tal vez el amar es cosa de tontos y aún más si los kilómetros es la distancia más grande que podamos abarcar.
En realidad, a pesar de los kilómetros que hay entre nosotros, no hemos podido conseguir luchar contra la distancia más importante: el querer y no poder. El creer que hay algo que impide que nos despertemos de un sueño.
778 kilómetros exactos que tardaría seis días y quince horas en recorrer si no parase ni un minuto para conseguir llegar a mi destino final.
778 kilómetros en ocho horas y cinco minutos de coche. Un largo recorrido. Tratar de recorrer toda España para alcanzar la meta que hubiera sido más bonita, por la que lucharía y no dejaría de creer.
Es el destino el que nos une y nos separa. Mi destino eres tú, nuestra felicidad. Tú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario